Rajoy nos advertía el año pasado
del peligro de confiar en políticos amateurs refiriéndose a Podemos. Ayer
escuché críticas a los políticos de Cataluña
por estar manejando su proceso
soberanista como amateurs.
Algunos podemos pensar que precisamente la profesionalización en la política es lo que nos lleva a donde estamos, a una total desconexión entre la sociedad, los problemas reales de la gente y la agenda política.
En todo caso el término amateur
continúa utilizándose en modo peyorativo para desprestigiar a los adversarios,
para tratarlos de ineptos o desacreditar su trabajo.
Con el teatro pasa lo mismo. El
teatro participativo que surge de un entorno social sin voluntad de profesionalización,
el teatro amateur, de aficionados, tiene entre sus múltiples detractores a
contrincantes en el comercio teatral y a profesionales de la cultura que no reconocen que el potencial de la cultura como el de la política reside en la
ciudadanía. Insisten en utilizar una palabra hermosa, aunque importada, que
significa “amante de” para descalificar la labor que muchas personas realizan
para que el teatro forme parte importante de la vida de nuestros pueblos,
ciudades y barrios.
Reducir la política a espectáculo
con protagonistas profesionales limitando el papel de los ciudadanos al acto testimonial y estadístico del voto, es lo mismo que reducir la cultura a
un programa bien ejecutado,
dirigido al entretenimiento del público. Si esta es la tendencia en ambos
campos, el cultural y el político, no dudo en reconocer que mi opinión es que ambos necesitan más amateurs que
profesionales.
El arte y la política no son
solamente oficios. La profesionalidad se relaciona con la ejecución de un
trabajo pero la política y la cultura se relaciona con todos los aspectos de la
sociedad y las personas. El teatro entre otras cosas es arte, cultura, política...
Bertolt Brecht, un médico que se
convirtió en uno de los grandes del teatro, reflexionó ampliamente sobre el
teatro y la política.
Se preguntaba si merecía la pena hablar del teatro de
aficionados y apuntaba que todo el que quisiera estudiar “seriamente el arte
teatral haría bien en considerar las múltiples formas en las que el teatro se
manifiesta al margen de las instituciones, osea, los esfuerzos espontáneos,
informes y poco desarrollados de los aficionados”[i] Añadía que incluso si los aficionados fueran lo que los profesionales creen que son “público en escena” serían suficientemente interesantes.
Pero ¿qué sucedería si el nivel
del teatro de aficionados fuera tan bajo como para merecer ese desprecio tan
extendido? entonces Brecht apunta que la gente debería hacerse preguntas sobre
las consecuencias buenas y malas del arte. No hace distinción entre
profesionales y aficionados sino sobre las consecuencias políticas de que el
teatro presente una imagen buena o mala del mundo. El buen arte fomenta la
sensibilidad artística, el mal arte no la deja intacta, sino que la daña.
Podemos vivir sin gobierno, hemos
tenido esa experiencia y la rueda sigue su fórmula; pero ¿podemos vivir sin
artistas?
Javier Salvo
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