domingo, 3 de julio de 2016

La cultura. ¿Recurso, derecho o más?


En los ochenta, cuando una compañera de Gabalzeka Teatro se aventuraba a iniciar su andadura como profesional comentaba: "tienes que aprender a vender tu producto". El discurso del "homo económicus" comenzaba a impregnar la escena teatral navarra, hasta entonces casi exclusivamente asociativa con objetivos socioculturales ajenos a cualquier motivación económica, aunque siempre con dificultades monetarias para sobrevivir.

Navarra no ha sido ajena al impacto neoliberal que no ha dejado espacio ni objeto del que no se pueda extraer valor económico y la política cultural se ha adaptado y ha promovido cambios en este sentido las últimas décadas. La cultura entendida como derecho ha compartido espacio y presupuestos con una nueva idea de la cultura como recurso, dirigiendo desde las instituciones públicas la transformación de numerosas asociaciones en empresas, promoviendo la figura del emprendedor cultural en base a una idea industrial de la cultura con capacidad de generar riqueza y empleo en una economía terciarizada.

Las asociaciones también hemos tenido que movernos en la escena de un mercado cultural, en que el único cliente son las instituciones públicas, bajo la presión de las butacas vacías, acomodando nuestros "productos", aprendiendo a "venderlos" bajando los precios a límites insoportables ante la presión de la "competencia" hasta llegar a un punto que hace imposible nuestra supervivencia sin subvenciones.
El Gobierno de Navarra excluyó paulatinamente de las ayudas a la creación a las asociaciones. El teatro es el sector cultural en el que con mayor decisión se ha apostado por un sector profesional. Las ayudas públicas a la actividad teatral no solo valoran la "profesionalidad" medida por cotizaciones a la seguridad social o contrataciones antes que por una trayectoria o un saber hacer; sino que excluyen a las asociaciones como no lo hacen en otras disciplinas artísticas. Las últimas convocatorias para la participación en ferias, organización de giras y eventos, o proyectos artísticos se dirigen exclusivamente a profesionales del sector, mientras que la organización de eventos cinematográficos, la creación en artes plásticas o visuales, las ayudas a la edición..., por ejemplo, continúan admitiendo la participación de asociaciones sin ánimo de lucro.
Pero además el Gobierno de Navarra excluyó hace años de contratar definitivamente en sus programas culturales a los grupos de teatro constituidos como asociación, sin ningún criterio de naturaleza cultural o valoración artística, solamente por el hecho de no estar legalizados como empresas.
La puntilla de la administración al sector asociativo con una gran tradición en Navarra fue la constitución de la Red de Teatros, subvencionando a los espacios públicos adheridos, la contratación exclusiva de compañías profesionales, interfiriendo de una forma brutal en el "mercado teatral" que relegó a los grupos constituidos como asociaciones a presentar nuestros trabajos fuera de los circuitos y espacios mejor equipados para las representaciones teatrales en nuestra comunidad y nos obliga a buscar fuera lo que en casa se nos niega.
Resulta inexplicable que las políticas públicas en cultura no se hayan preocupado del tejido asociativo teatral navarro con una amplia tradición y contrastada aceptación del público. Se llega a absurdos como que los programadores culturales se empeñen en excluir de la difusión a través de la Red de Teatros todo acto, festival nacional o de cultura tradicional, de música, danza o teatro organizados por asociaciones o escuelas que llenan de contenido a los espacios adheridos a la red.

En definitiva, los mismos fondos que antes se dedicaban a la actividad cultural, se ponen al servicio de la promoción de la cultura como sector económico, fomentando un autoempleo discontinuo, flexible, temporal y precario, en un proceso que preconiza una transición de la cultura entendida como derecho a una cultura entendida como recurso.
Para profundizar en las consecuencias de esa transición, recomendaría la lectura de un estudio de Jaron Rowan, publicado por la editorial traficantes de sueños:"Emprendizajes en cultura".

Pero hay un aspecto sobre el que me interesa reflexionar y es sobre la posibilidad de orientar la acción cultural pública desde un concepto de cultura mas amplio; desde una comprensión de la cultura que vaya mas allá de su consideración como servicio público que hay que garantizar con libertad e igualdad de acceso a la ciudadanía.

La CULTURA con mayúsculas es y dice lo que somos. Lo que la sociedad es o quiere ser tiene una esencia cultural que nos identifica; por eso en el aspecto teatral, patrimonio inmaterial, característico en cada momento histórico de cada comunidad, es fundamental que se atiendan y cuiden las expresiones propias, tanto creativas como organizativas.

Siempre recurro a una sentencia de García Lorca: "Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo". No se puede decir mas claro y a la luz de los hechos en Navarra: un teatro profesional en precario y un teatro asociativo desprotegido, pareciera que instituciones y servidores públicos de la cultura se obstinasen en dejar fallecer nuestra sociedad ante el impacto cultural neoliberal, dejando a su merced la riqueza de un tejido asociativo entregado a la cultura y las iniciativas emprendedoras de las personas con vocación artística.
El asociacionismo es la base de una cultura de la participación y de la puesta en valor del crecimiento personal a través de la experiencia colectiva. La promoción profesional de las vocaciones artísticas es sin duda un indicador de los valores de una sociedad. ¿Es posible que las instituciones navarras tengan en cuenta esto al diseñar sus políticas culturales? ¿Es posible que los responsables de la gestión cultural nos den su apoyo? Solo necesitamos oportunidades y respeto al trabajo y aportación de todos y todas, solo podemos ofrecer nuestra voluntad y esfuerzo de colaboración por una sociedad mas culta, en definitiva mas humana.

Javier Salvo